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Buenos Aires a los nueve días de julio del 2024
Es necesario callarse
y dejar que el dolor se riegue por los ojos
sin decir nada.
después de caminar
28 días bajo el sol
padece insolación en los óvulos
y sangra como florecilla bulímica
que intenta escupir el dolor.
Una mujer siente golpes
en el vientre,
en los pezones,
en las uñas,
en la sonrisa
y en el flanco lateral
de la existencia.
Una mujer
detesta los besos
y las caricias
cuando ha gritado
en los tímpanos del mundo
que le duele
el vientre.
Una mujer entristece
cuando ve partir
su sangre,
como si ella
llevara la mirada de todos
sus recuerdos.
Una mujer repentinamente
seca el rocío
que le madruga en las pestañas
y quisiera
salir a patearle
los huevos al mundo
para que minúsculamente
comprenda la fragilidad de su dolor.
Quizá mañana una mujer
despierte tan enfadada
que no quiera mirarse al espejo,
porque querría romperse
y comer vidrio con jugo de naranja
y bocaditos de soledad sin azúcar.
Una mujer tiene miedo
llevar su dolor al trabajo
o sentarlo en la universidad
a que espere “calmado”,
hasta que juntos
puedan ocultarse
en el cuarto de baño
y limpiarse
con pañitos de menta
el lagrimal.
Una mujer tiene recelo
sacar su dolor a las calles
y que su sangre se expanda
como turismo para los ojos
prejuiciosos del mundo.
Y todo esto
no es bipolaridad,
no es histeria,
es solo que una vez por mes
la tierra, en cuatro días,
gira alrededor de su eje
y las mujeres vivimos
las estaciones en fugaz eternidad.
Y lloramos
y tenemos miedo
y queremos estar solas
y gritar
o sepultarnos
en una cajita de silencio.
Una vez por mes
chorreamos ternura entre las piernas
y nadie más que una
es capaz de acariciarse en ese instante.
Tania Salinas Ramos
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